28/12/09

Retazo robado

30/05/2003 (tendría que haber sido domingo, un domingo desgarrado en la sien, pero creo que es viernes)
Me acompañan en la post cena tantos remilgos de cosas que creo deberían ser importantes...Un par de teléfonos que mantengo apagados, estuches de anteojos aburridos de viajar demasiado, una agenda que no me interesa pero que por afecto mantengo a la vista, la lapicera oriental y el block siempre abierto, siempre diciendo lo que no recuerdo que pensé.
Papeles que deben tener algún peso de importancia, también boletas, facturas de esas cosas que uno putea por tener que pagar y sin embargo debería carajear al hecho de tener que trabajar solamente para acumular facturas sobre la mesa a las que puteará por tener que pagar.
Se maldice el síntoma pero uno se acostumbra a la enfermedad. Hasta la justifica. Incluso llega a creer que esa es la verdad, o por lo menos la plausible de ser gozada.
Claro, aunque lejana, plausible. Lo demás son utopias, pero qué otro narcótico queda a mano de quien se olvidó que la vida era aquello que sucedía en la calle mientras uno trataba de otorgarle aromas.
La post cena, sin postres, se estira. Y sin embargo, luego de haber pasado la medianoche en una dosis más que recomendable, sigo creyendo que debería haber alguien que crea.
Escribo ya casi adormecido sobre el teclado sólo por el hecho de creer que alguien cree.
Sino no gastaría madrugadas. Sino, casi, no justificaría gastar nada.
Ni letras.

Edelmiro Yakanise

26/11/09

Helix pomatia

Gira.
En cada giro sobresale un brillo, uno apenas perceptible pero intenso.
Gira, brillando en cada giro.
Como si el rocío desencadenara sus giros, como si sus giros desencadenaran brillos.
Como si cada brillo engendrara rocíos.
Caracoleando su vida en incontables giros, incontables brillos. Inconfesables rocíos.
Diminuta cinta de Moebius, tan cerca de su inicio, tan próxima a su final. Naciendo y muriendo a cada momento, sin morir del todo. Sin nacer del todo.

Brillando rocíos girados, rociando giros brillados.

18/10/09

Viaje inmovil

Según Lao Tsé “sin traspasar uno sus puertas, se puede conocer el mundo todo; sin mirar afuera de la ventana, se puede ver el camino al cielo. Mientras más se viaja puede saberse menos. Pues sucede que, sin moverte conocerás; sin mirar verás; sin hacer crearás.”

Según Feiling “viajar en un plano distinto, casi ajeno al cotidiano, aunque a lugares cotidianos. Tan distinto que tratar de explicarlo con palabras usuales es incompleto, imposible e incoherente.

A pesar de ello las alas de Hugin se desplegaban todos los días, y Munin traía memorias pasadas por alto.

Un tiempo sin dioses,
sin seres voraces,
ni cantos en las ramas de los árboles.
Un tiempo en donde la única realidad es que lo imposible ha sido superado.

11/9/09

Morfeo acunando a Tánatos.

Una habitación con una escalera, sólo una escalera hacia abajo, y ninguna otra salida.
Allí abajo hay 2 o 3 personas, posiblemente hombres. Miran, no hacia arriba donde estoy sino hacia una pared a través de la cual debería continuar otra habitación, que no continúa. Hay sólo una pared.
Y en la pared una plancha metálica, del tamaño de un cuadro mediano, mas o menos de este tamaño, a
sí. Dorada.
En ella hay símbolos escritos, letras de un alfabeto desconocido pero que desde arriba de la escalera veo y sé que puedo comprender.
Arriba, conmigo hay dos hombres. Uno de ellos ciego, con delantal de médico. El otro simplemente tiene pinta de esbirro.
Hay un tercero, no, dos que son mis amigos, compañeros o algo así, como que estamos del mismo lado ya que el médico ciego y su lacayo son algo semejante a una amenaza.
Una amenaza en contra mía
directamente. No registro cual es el peligro pero guarda una interna, personal e indeclinable decisión entre dos alternativas. Una es que yo reciba la inyección de un compuesto denso, gris y opaco del cuál veo la fórmula escrita en un pizarrón (termina con –3C).
Yo, que sé cual es el riesgo, acepto la inyección (me conozco interiormente, lo se antes de exclamar mi decisión: tengo terror de esa aguja).


El médico ciego me desnuda el brazo y lo toma firmemente. Veo la aguja, un acero atroz que se acerca a mi brazo y me pregunto cómo siendo ciego puede saber donde hincar ese artefacto. Y lo hace, y se asegura de hacerme llegar la aguja casi hasta el hombro de tan larga, de tan repulsiva.
Sigo reconociéndome: tengo que disimular mi terror. Tengo que controlar los movimientos nerviosos que me hacen mirar hacia otro lado. Controlar mis párpados, mis manos encrespadas, mis piernas que se contraen, mi mandíbula que se tensa. Lo sé, debo procurar hacerlo.

Mis ojos trato de mantenerlos serenos cuando en realidad quieren salirse de sus órbitas.
Tengo muchísimo, demasiado miedo, pero no del denso líquido sino de esa aguja que penetra lenta, firme y certera en mi brazo, mientras la mano de aquel ciego me inmoviliza para mantenerme quieto.
Mi preocupación se centra en no dar manifestaciones de tremendo terror que estoy sintiendo.
Y no puedo. No puedo, interiormente, dejar de sentir un horror infinito.

6/8/09

Distancias

Al mar eché un poema
que llevó con él mis preguntas y mi voz.
Como un lento barco se perdió en la espuma.

Le pedí que no diera la vuelta
sin haber visto el altamar.
Y en sueños hablar conmigo de lo que vio.

Aún si no volviera,
yo sabría si llegó.

Viajar la vida entera.
Por la calma azul o en tormentas zozobrar.
Poco importa el modo si algún puerto espera.

Aguardé tanto tiempo el mensaje
que olvidé volver al mar.

Y así yo perdí aquel poema.
Grité a los cielos todo mi rencor.

Lo hallé por fin, pero escrito en la arena
como una oración.
El mar golpeó en mis venas
Y libró mi corazón.


(P. Aznar)

Para L. porque toda distancia sencillamente
siempre nos ha unido.

22/7/09

Palermo confuso

Cuando conocí a M, ese mismo día me dijo de ir, luego del trabajo, a caminar por Palermo. No era ni verano ni invierno, quizá un noviembre plácido, quizá un abril apaciguado.
Nos encontramos en alguna esquina, ya ni recuerdo donde, y caminamos hasta nuestro destino. Justamente, nuestro destino.
No sé como llegamos hasta un banco solitario, debajo casi de un farol también solitario.
Conversamos horas, las precisas y necesarias para entibiar las palabras, domar las risas, aquietar los nervios, solidificar el deseo. Un deseo que no se saciaba sólo en deseo urgente, existía una somera visualización de algo, una presunción de profundidad de contenido.

Nunca me habían apurado de esa manera. Una compañera de trabajo que sintió la onda y no necesitó pensarlo un par de días. Era ahí y en esa misma tarde.

Ese banco del parque fue testigo de mucho, quizá de lo más importante: del acuerdo.
Ya de noche nos levantamos para dirigirnos a su casa, apenas a unas cuadras.
Y a sólo unos pasos de levantarnos quise retratar la imagen de ese banco y su farol, tan especiales, tan indeclarables que jamás los volví a encontrar por más que he recorrido Palermo en muchísimas ocasiones. Nunca pude saber a que banco me llevó M en su propuesta.

Fuimos a su departamento, que tampoco olvido, y la noche giró en torno de nuestros susurros.
Y su risa.
Y la piel.
Y las horas, eternas, antes del amanecer.
...
Imposible separar en el recuerdo el sabor de su humedad, y ese banco y su farol en un Palermo confuso.

15/7/09

Sueños

Cada mañana, casi antes de despertar con un sol que dibuja tímidas muescas sobre la pared, pienso si no sería más esencial seguir soñando. Para reconocer las jornadas más intensas.
Pero,
justamente,
toda intensidad es aquella que transcurre durante la vigilia.
Para vivirla soñando que el sueño no es otra cosa que la vida soñada desde un sueño ajeno.

1/7/09

Entregas

Una vez presté un libro de Baudelaire,
y no me devolvieron.
Posiblemente lo pueda volver a comprar
pero no se si quiero.

Dudo además de querer recuperar ése,

dificilmente sea el mismo que presté.
Sólo pasa que a veces extraño

mi libro de Baudelaire.

22/6/09

Yoes

SI no supiera cuantos “Yo” he desechado y olvidado por agotados y vetustos, difícilmente sabría quien soy hoy.
Y festejarme por ello.

4/5/09

Bar

Miraba hacia la ventana enfrente suyo. Casi no importaba que pasaba del otro lado.
El rectángulo recortado contra la pared ambarina, opaca de grasas hastiadas, meticulosas y lentas como la hiedra, era lo que miraba casi sin atención pero con fijeza.
Veía un reflejo, eso sí: su propio reflejo en el vidrio mugriento de mil humos.
Si llovía del otro lado o si el mundo se desintegraba en innumerables llantos lastimeros no importaba.
Un retazo cuadrado lo aislaba de su agujero cuadrado, sin pasados y sin futuros, iluminado por la luz cuadrada, apoyado contra la mesa cuadrada, revolviendo metódicamente dentro de la taza, pálida y regordeta, que se aburría delante suyo.

Fue, luego de un rato largo de mirar sin ver, que un remolino caprichoso del otro lado del vidrio desenfocó –enfocando- sus ojos en los rizos de un cabello fuego que se detuvo huyendo de la lluvia -o del llanto- pegoteándose desprolijo contra la ventana.

31/3/09

Oídos y palabras

Hay personas que escuchan.
Algunas lo hacen hasta interpretar una idea, luego interrumpen esbozándola.
Otras escuchan atentamente, traduciéndose a si mismos las palabras dichas por el otro.
Hay algunas peores, las que infieren que pueden dar su opinión sobre lo escuchado, sin haber sido solicitada.

Lo mas dificultoso del hecho de escuchar, es reconocer la gramática, interpretar los puntos suspensivos, asimilar las comas, dar por comprendidos los puntos aparte.

Están aquellos que no guardan mucho interés en lo escuchado, sino como una escueta síntesis de aquello que pueda guardar alguna similitud con sus propias ideas, o alguna discrepancia con ellas.
También están los que no comprenden, pero hacen el esfuerzo por escuchar. Maravillosos ellos, mágicos casi.

Por último están los que escuchan escuchando. Los que el mismísimo sonido de las palabras los transporta a otro mundo, desconocido e irrisorio a veces, intrépido y mordaz otras, pero mantienen su silencio. Los que comprenden que precisamente en el silencio que media entre las palabras escuchadas, habita el alma de quién las dice.

5/3/09

1990..

Miro los cuadros, apoyados en el piso. Estúpidos orgullos de viejas fotografías cuya autoría me niego a declarar, pero que íntimamente, casi subrepticiamente dejo declarada. Por eso el derecho de hacer con ellas lo que se me antoje: no permitirles mayor presencia que la de estar ahí, acompañando desde el lugar en el que puedan guardar su intensidad.
Recuerdo pasados tan lejanos, tan someros y tan frágiles como la sombra que he dejando sobre baldosas que apenas recuerdo, sobre arenas que ni siquiera olvido, sobre amaneceres que nunca pude ver.

Aquella mañana amanecí antes que saliera el sol. Ella hizo sonar el timbre que, prescindiendo de celulares, yo sabía que sonaría aproximadamente en ese momento.
Su cara de sueño apenas conciliado, apenas devenido, pugnaba por competir con el mío, infinitamente efímero por la visita de la otra ella, la que tímidamente había intentado justificar su viaje desde España hacía apenas algunos días para recrear aquel no tan lejano amanecer. Una araña de Nazca sobre mi alfombra.

El sopor del amanecer sobre costanera.
El sabor de saberla alejarse para siempre.
Y tan vacío que quedó el hueco de cada mano.
De ambas.

(manos..)

18/1/09

Pórticos

I

Todo acontecimiento impactante mantiene concienzudamente guardada en secreto la insensata tendencia de volver a repetirlo.

II

Demasiadas personas antes que uno mismo han pernoctado bajo las estrellas especulando que estas migajas de vida que les ha tocado en suerte vivir guarda menos felicidad que las de los demás seres. No es ninguna novedad, sólo que es patético continuar haciendo comparaciones.

III

Después de varios años volví a escuchar, accidentalmente, Silvia de Focus; nuevamente se me escapó una sonrisa.

IV


Cuando no existían los celulares el miedo a los imprevistos era ínfimo.