20/6/08

Danza

Ella bailaba en la penumbra de su habitación.
Cuando la noche se estiraba en su aburrimiento de bostezos, ella bailaba.
Sólo las luces de la avenida, filtrándose impúdicas entre los pliegues de las cortinas, iluminaban sus movimientos.

Una música nacida desde su interior marcaba sus ritmos, sus contoneos, sus sutiles saltos sobre uno u otro pie.
Ella bailaba las lejanías, los nunca volveres, los no retornos.
No bailaba adioses, sino nunca mases.
Bailaba alborotada, mordiendo su risa, murmurando sonidos, despidiendo a los que nunca llegaron. Bailaba su vida plagada de ayeres, su hoy desnudo.
Hasta los primeros fulgores del día, bailaba.

Sobre uno u otro pie.

16/6/08

Letras púrpuras

La madrugada ya se estaba filtrando indeseable entre mis párpados.
Si bien el día había sido relajando, con cierto aire de indolencia, y las horas de sueño habían sido generosas, la madrugada ejercía implacable la gravedad de su peso contra mis pupilas. Esas que, aún, no pudieron dar con un oculista lo suficientemente certero en su juicio como para que, al menos, diera un diagnóstico más académico en su observación qué un "usá esto un tiempo, y después vemos..."
Obviamente, lo esforzado del constante mirar hacía la pantalla -grandota e incólume- delante de los ojos, provocando el reconocido malestar en la zona inmediatamente superior de cada ceja, no se hizo esperar.
Ambas fuerzas pugnaban contra la voluntad. La una ejerciendo una sutil, aunque insidiosa falla de puntería de los dedos, engañando la triangulación, atinándole a la tecla del costando inmediatamente cercano a la tecla correspondiente. La otra, provocando un constante y aletargado cerrar de ojos, que tardaban cada vez mas tiempo en reconciliarse con la luz del tubo catódico ubicado directamente en frente de ellos.
Pero la mente seguía absorta.
Las letras púrpuras se continuaban desenvolviendo coquetas, en oraciones de poca extensión. Gráciles y certeras. Y la mente no podía dejar de hilvanar su contenido, no dejaba de asociar intensidades.

Era como si, sabiendo al resto del organismo en un estado más cercano al deambular de una mofeta, la mente se mantuviera fiel a sus orígenes, haciendo caso omiso de las manifestaciones de los órganos citados.
Y leía.... y no podía dejar de sorprenderme.


Estimo que duró una media hora aquel estado de guerra entre las distintas tensiones del cuerpo. Igual tiempo al que las letras violetas ocuparon todo el interés de la pantalla.


Y si... notar, caer en la cuenta, tener la concreta certeza de haber estimado anteriormente cada una de esas palabras, de haber tenido conocimiento de ellas en sueños, en caminatas donde las baldosas se sucedían mudas, de haberlas escrito en arenas grises de playas grises. Saberlas.
Y estar leyendo, en ese momento eso... eso que yo ya sabía, o que tenía en la cabeza como que debía ser lo sabido, lo estimado.

Sintiendo que, aún en la distancia que puede acarrear la diferencia de vivencias, de cuerpo, de vidas; todo, absolutamente todo tenía que ser de esa manera.
De la manera en que lo describían esas oraciones cortas de letras púrpuras.

11/6/08

Al menos ella..

El día que la conocí no nos estuvimos mirando demasiado. Al menos ella.
Intuía mi presencia, pero no dedicó más que una mirada rápida para darme por presente.
Por presente.
Es mi manera dejar suceder, estar atento a cada minúsculo movimiento que tenga significado, y no hacer alarde de él... sólo dejarlo ser.
Dejarla ser. Qué mejor libertad para cualquier persona que dejarla ser?
Sin embargo sabía, con ese saber indescriptible en palabras, que algo nos pondría en contacto esa noche. Lo podía sentir sin describirlo.
Fue una noche larga, el calor agradable de un verano que ya empezaba a tirar la toalla nos acompañó a todo lo largo de la noche, maravillosa desde su gestación.
Cada uno en su tema, desencontrados pero sin esforzarnos por hallar la sintonía. Al menos ella.
Hasta que hubo un momento, un instante, imperceptible pero conciente, fugaz pero rotundo.
Estaba cerca de mí, cerca de mi reposado asiento sobre el parque, que apenas alumbrado por algunas velas y una luz lejana creaba el clima íntimo adecuado para todo el encuentro.
El encuentro en el que ella no era una invitada, sino casi la anfitriona. Casi.
A no ser por su orfebre, mágica y firme, endeble y tenaz. Intensa y sutil.

Puso un objeto en mi mano, muchos colores y formas indescifrables, y me explicó sin palabras su función, su mecánica. Me explicó sin palabras su motivo.
Usé un razonamiento rápido para comprender el mensaje, no el explícito sino el otro.
Jugamos, jugamos hasta que me enseñó como festejar nuestro encuentro. Hasta que aplaudió sin palabras para llevarme a jugar su juego.
Lo jugué convencido, convencido de su alegría apenas demostrada, de su momento dedicado a mi mirada, de sus manos acompañando las mías.
Hasta que ella se cansó. De la noche, de mí, de todo salvo de su orfebre, -sabemos que lo intenso debe ser breve, si no lo fuera sería un esfuerzo mantenido ya sin alegría sino por complacencia - y se marchó sin mirar atrás pero dejando un beso rápido.
Pero por algunos minutos, algunos infinitos y fatuos minutos, estuvimos hablando el mismo idioma.
Cuando sonrió supe que lo había logrado. Conmoverme para dejarme emocionado el resto de la noche.
Al menos ella.
De la mano de su orfebre


Hoy empezó a respirar sintiendo el aroma picante del aire en su nariz.
...y estamos felices.

1/6/08

Fronteras

A veces las fronteras son un error. Un error que no se subsana con tratados.
Tratados que, contrariamente a su etimología, separan más que unir. Tratados en los que se vierte demasiada tinta para crear diferencias.
Y las diferencias creadas por los tratados, lo sabemos, son sólo un error de interpretación conceptuado por alguna minoría que afecta a las mayorías. Y las separa.
Y las embandera en discrepancias, rivalidades, desentendimientos.
Y los desentendimientos nacen de los temores. Todos tememos lo distinto, lo ajeno, lo situado más allá de nuestro horizonte.
Pero.
Los horizontes se hicieron para ensancharlos, no alcanza un pequeño horizonte para concebir como “vida” a este pedacito de permanencia sobre la tierra.
Y cuando nos animamos a cruzar a la vereda de enfrente descubrimos que lo que separa ambas veredas es sólo un pedrusco.
O una insignificante línea.
O un salvable charco.
Y ya mirando desde la otra orilla, encontramos que allí podemos encontrar tanta capacidad de emoción, como en nuestra propia costa.
Y las miradas son tan transparentes como las nuestras.

A veces las fronteras son un error.
Y derribarlas nos ensancha un poco más el corazón. Y nos engendra afectos. De esos que tendrían que estar más al alcance de la mano, por la necesidad fundamental de contar con la calidad y calidez, que a veces, por un error de los mapas, vive del otro lado del charco.




Aunque no era la intención de este post hacer un relato del viaje, dejando para otro post futuro y con más adecuadas palabras dicho relato, sí decido incluír dentro de éste la contestación a sus comentarios:

Casandra: (no era con doble s?)Si de algo ha servido conocernos ha sido para entender que el horizonte de cada uno tiene muchos más kilómetros de amplitud que la que nos imaginábamos. Su balcón ya será compartido y no sólo suyo, su luna ya no será individual sino concensuada, su cocina ya no tendrá azulejos silenciosos, sino que repetiran muchos ecos de palabras.Ya no son tan pesadas las distancias, cuando atravesarlas sea siempre con ganas de encuentro.
Su nueva tecnología se retoba, pero como todo potro bravío, llegará a ser dócil. Mientras tanto deje que ambas se vayan conociendo.

Sr Zen: Quedaron varios momentos por compartir, y eso es bueno. Tener instantes reservados para el futuro para unos mates, para cruzar palabras certeras, para compartir su mar, para quedarnos en silencio o aprender a conocer la historia de su Montevideo.
Para mí haberlo conocido y ahí mismo, a los pocos minutos, saberlo cófrade de pensamientos, de silenciosas risas complices y de brillo en las miradas, ha sido lo más semejante que conozco a hallar en una Gran Persona a un Gran Amigo.
Tomo su invitación, en esa mesa del mercado del puerto, como un faro hacia el cual orientar mi barca durante los meses venideros. Yo la he escuchado sincera, y deseo que mi respuesta a su ofrecimiento también tenga peso de compromiso. Compromiso más que afectuoso, por cierto.
Ha sido un encuentro que hemos disfrutado. Y el disfrute, en esta corta permanencia en la vida, debería ser un precepto con peso de mandamiento impostergable.
Un fuerte abrazo.

Fiore: A través de las charlas, cortas o interrumpidas, hemos podido descubirir un sinnúmero de magníficas coincidencias. Conocerla durante este viaje ha sido el bonus track que terminara por ponerle moño al mismo. A partir de él ya no guarda mucha importancia no haberla leído durante meses antes, ya que la riqueza que ud guarda la reconozco como un idioma que nos une.No dude que será más que agradable volvernos a reunir.
Y llevaré un tupper para traerme la pizza que quede sobrante, que mantengo como la única asignatura pendiente de todo este fin de semana. Su pizza, sépalo, no sabía a harina, sino a amistad de la óptima.


Aunque la palabra "gracias" sea una palabra demasiado fácil de decir, sepan que desearía enaltecer el afecto que ella pueda encerrar, y ojalá pudiera sonar distinto este Muchísimas GRACIAS por cada segundo que brindaron.