29/10/07

Eppur si muove

Depende a quien se le pregunte, el universo puede tener distintas formas. O colores o intensidades de luz.
O más o menos rigores, como aterrador o maravilloso.
Un camello dirá que el universo es amarillo y muy caliente. Quizá naranja.
Un borracho dirá que es redondo y traslúcido, colmado de un poco de líquido.
Un grillo dirá que es verde y apetitoso, salvo de noche, momento en el que es oscuro y apetitoso.
Los que se dedican mucho tiempo a tratar de conocerlo dirán que es curvo como el espacio, y en él los cuerpos flotan. Y también dirán que algunos de esos cuerpos que flotan tienen luz propia, que, sin importar con que color, iluminan a los demás cuerpos que flotan. O que lo intentan.
Galileo, que planteo la teoría de los cuerpos flotantes, dijo que el universo además se mueve.

Si es curvo y se mueve, gira. Digamos como un caracol que camina girando.

Incluso el universo puede ser uno o varios, depende de la intención de uso de la palabra.
Quizá son varios, tantos como intenciones de cada ser para interpretarlos.
No tengo noticias si alguna vez un camello se puso a discutir con un grillo, posiblemente con un alcohólico sí, respecto al color del universo, o a su gusto.
Creo que algunos universos son mas acotados que otros. Algunos son breves y se restringen a su propia incapacidad de visualizar universos más continentes, ya que hay universos metidos dentro de otros más grandes. Una nuez por ejemplo, o una alcantarilla o un barrio de tres cuadras.
Algunos son pequeños, al menos mirándolos desde apenas un poco más arriba, pero como flotan, pueden ser vistos desde otra perspectiva, y ya no ser pequeños.
Algunos, sin parecerlo, puede llegar alto –recordemos que flotan- como para modificar la música, por decir algo, que llega a otros universos que están más arriba, o más lejos del suelo, suponiendo que para flotar se necesite un parámetro de suelo.

Cuando era chico mi universo tenía límites establecidos, pero en varias ocasiones cuando las presiones colmaban esos límites, salía a explorar otros universos. A veces me perdía, bah, muchas veces me perdía.
En las salidas en familia, donde éramos varios primos de más o menos la misma edad, los mayores tenían establecidas las prioridades para dejarnos jugar en un parque, una playa o un bosque. Porque el que se perdía –no se perdía sino que se alejaba de los universos mas poblados- era siempre el mismo. Entonces había que cuidar que el mocoso ese no se aleje.
Hace poco tiempo mi hermano me contó historias de la época en que éramos chicos. Historias que no registraba, y sí apenas puedo asociar después de oídas.
Varias eran de las veces que salía el resto de la familia a buscarme, cuando me perdía. Él mismo, incluso, me encontró en varias de aquellas búsquedas, ya que suponía en que lugares yo estaba.

Pero la idea de los universos, obviamente, no la tenía de chico, ya que todo aquello que no podía ver con mis ojos en estado natural, no existía.

Como Galileo, que recién después de imaginar la flotación de los cuerpos, tuvo que verlos para que se le escapara la frase llena de sorpresa en su contenido.
Como si fuera poco, además se mueven.

15/10/07

intercambio

Una lluvia desmedida la devolvió hasta mi puerta una noche abril.
Hacía poco más de tres meses ella había optado por una mirada azul, cambiando así el color que la acariciaría cada mañana de domingo.
Su despedida había sido seca, sin demasiadas explicaciones. Pudo mantener su entereza el mediodía en que las tazas vacías de un bar de Lacroze nos miraban con su boca abierta y la garganta oscura.
-Quiero decirte algo, y no puedo evitar la sensación de vacío que me cubrirá cuando me vaya, dijo pausada pero firme.
Miré sus ojos, su boca diciendo las palabras, y bajé la vista hasta sus manos mientras hablaba. Ellas siempre me habían dicho aquellas cosas que ella no podía disimular. Ellas, siempre inquietas, tenían la manía de acariciar toda textura que se les pusiera enfrente. Su percepción pasaba por sus manos: podía acariciar la rugosidad de una pintura, la planicie de un papel, o sonreír infantil cuando sus dedos jugaban en la espuma de un puré.
Ahora estaban quietas, tensas, ovilladas. Imaginé ver sus uñas clavándose contra su palma.
Demoraba las palabras, pero no por desconocerlas.
Luego de un silencio no muy largo apuré la resolución.
-Nos conocemos mucho para saber que no son necesarios argumentos que no creeremos, esbocé tratando de sacar de sus pulmones la semilla que la atoraba.
-No quiero seguir más, juntos, dijo en voz baja pero sin temblores.

Esta noche, cuando a través del portero escuche su “soy yo” inconfundible, recordé la última imagen que tenía de ella, cuando se levantó sin más palabras, sabiendo que yo tampoco tenía interrogantes que la atornillaran a aquella mesa del bar de Lacroze por más tiempo.
-¿Serviría decir que me duele mucho la idea de sentir que te lastimo? dijo mientras, parada a mi lado, apoyaba la llave de mi puerta sobre la mesa.
-Nunca nos atrajo la idea de escuchar redundancias, y aún sigue siendo nunca, finalicé.
Mientras bajaba las escaleras de los tres pisos que me separaban de la entrada al edificio, imaginaba ideas descabelladas que la hubiesen guiado esta noche bajo la lluvia hasta la puerta a la cual ella había desterrado de entre sus pertenencias.
Nos miramos a través del vidrio. Sus rulos chorreaban pesados sobre su abrigo de lana, que se había estirado por la lluvia, y desde donde algunas gotas plateadas se lanzaban hacia su suicidio contra la vereda.
Abrí la puerta y permaneció quieta.
-No hubieras venido hasta acá si supieras que no te dejaría entrar, dije haciéndome a un lado habilitándole el paso.
-Que me dejaras atravesar esta puerta sabía que sería posible. Pero no creo que merezca más que eso.-
Temblaba de frío, aunque noté que se esforzaba por disimularlo. La lluvia seguía estirándose por su rostro mientras sus manos, pálidas, se ocultaban húmedas en los bolsillos.
Yo conocía los matices de su miraba y podía discernir si sus ojos imploraban o esperaban fríos el destierro. La mire un momento y me alejé hacia el ascensor.
Mientras pulsaba la tecla llamándolo la medí a la distancia. Sus ojos no me hablaron de súplicas.
Se mantuvo quieta, estaqueada sobre la alfombra del recibidor, amarrando fuerte su bolso de cuero negro.
-Cuando te conocí comprendí que merecías más que eso, dije mientras escuchaba al ascensor ya pasando por el segundo piso.
Miró expectante, y sin entender que sucedería.
Y qué es lo que merezco? Preguntó confusa.
Hice la pausa que necesitaba el ascensor para llegar a planta baja.
-Un riesgo que no encontrás en otro lado. Por eso estás acá.
Esperó muda un golpe, un gesto, un algo mientras yo abría la puerta metálica y buscaba en silencio las palabras que se ahogaron en el bar de Lacroze.
-Permitirle a tu corazón habitar el hueco que antes ocupaba el mío.


El ascensor descansó aburrido toda la madrugada en el tercer piso, mientras su ropa se secaba sobre la silla cerca de la estufa.

8/10/07

Donde nacen las palabras

En el mundo hay mucha gente.
En esta parte del mundo, hay un poco menos, pero también es mucha.
En el país hay menos, pero también es mucha.
En la provincia donde vivo, hay algunas menos, que también es...

Podría seguir así por algunos renglones más, pero no intentaré ser tedioso –me sale naturalmente-.
Ya desde hace algunos años, casi como ocho o nueve, el invento de la internet me llevó a pensar la idea de conocer personas.
Los primeros intentos fueron en el chat, allá lejitos cuando sólo había una rudimentaria ventana, con un solo tipo de letras y ningún efecto. Obviamente con la cuestión de anonimato, el invento de un pseudónimo llamativo, y tratar de mantener un discurso, que podría no ser siempre coherente.
Curiosamente, en aquella sala de chat, sin haber generado afectos particularmente coincidentes, se dio la oportunidad de hacer un encuentro generalizado. Treinta o cuarenta personas asistimos a una cita a ciegas, un asado organizado en la generosa casa de un generosísimo integrante de aquella sala de chat. Fue la primera oportunidad de “ver caras”.
El resultado? Se vieron treinta o cuarenta caras, sin llegar a conocerse. Una fiesta de disfraces sin disfraces, solo fiesta –o asado-, risas, chistes y fin de la historia.
Algunas de aquellas personas permanecieron, muchas se disolvieron con el tiempo. Yo fui una de las últimas.
Pero la idea continuaba: conocer personas.
Sí, ok, se puede conocer gente arriba de un colectivo, viajando en subte, comiendo en una pizzería, haciendo una maratón de 10 km en monopatín, o sentándose en una plaza.
También, por otro lado, hay quienes no necesitan conocer personas. Su libreta de direcciones ya está colmada y, más allá de la novedad, no les nace la curiosidad de mirar en ojos extraños. Válida esta elección, como cualquier otra.
La inquietud particular que me movía era otra, quizá no muy alejada de la inquietud de algunos más, pero en definitiva era la mía.
Sin ánimo de recrear acá alguna secuencia personal que me orientara hacia la necesidad de conocer personas, intentaré abreviarlo. Ser uno mismo en un ámbito donde no se necesitan velos que disimulen, o enaltezcan, o encubran.
Tampoco es que me hubiese tocado vivir una vida de disimulo, o de encubrimiento, pero ser uno mismo, afectivamente, porque sí, muchas veces a dado lugar a malos entendidos. O a falta de entendimiento.
Y no siempre los culpables son los demás –este discursito lo vengo mechando en cuanto diálogo mantengo, quizá para hacerme cargo de mis propias carencias, o errores-.

La cuestión es –sigo intentando no ser tedioso- que la idea de un blog, sin importar de donde yo la hubiese importado, fue generando una especie... cómo diría? de microclima.
A veces el clima no es propio, creo que lejos estoy de haberlo generado yo. Simplemente aparece, y se juntan alrededor de la fogata personas que, no por el hecho de ver luz y subir, sino de ver luz y sentirse cobijados por ella, se quedan y van enriqueciendo el fuego. Que en definitiva se alimenta no de la cantidad de leña, sino de la calidad de la madera que se arroja.
En un blog, muchas veces con disimulo, otras –muchas- sin ningún punto de conexión entre autores, pero en algunos casos con comprensión mutua del idioma empleado, se pueden conocer personas. Y cuando hablo de idioma, no me refiero a la lengua castellana, sino a reconocer desde donde salen las palabras.
Posiblemente sea sólo una apreciación mía.
Más posiblemente sea una apreciación medianamente compartida, o hasta ahí nomas. Pero la idea de CONOCER no se queda sólo en ver una cara, eso no es conocer; sino en sentir un afecto. O recibirlo, que creo que es un poco más importante, sin ningún condimento. Ya habrá tiempo para sazonarlo, o para enriquecer el gusto original, pero digamos que así cocido, y sacado de la olla, de primera mano ya huele bien.

Algunas personas, posiblemente muchas, adquieren el adiestramiento necesario para, por ejemplo, interpretar las canciones de un cantante y encontrarle el alma. O escuchar música sin palabras, de un músico en particular, y sentirse atraída por, también, reconocer el alma de quien la ejecuta. O de un escritor. O de un director de cine.
Ver, leer, escuchar, sentir por medio de algún sentido, lo escrito en una partitura, lo plasmado en un plato de un chef, en un capítulo de un libro, en una fotografía, en una pintura o en un post de un blog, quizá acercan ese pedazo íntimo.
Y ese pedazo íntimo es quien nos entibia.
Entonces ver la cara de quien escribió algo sin ningún ánimo de captar a un lector en particular, pero lo escrito nació dentro de si mismo, ya es empezar a CONOCER.
Pero no al otro, sino a uno mismo, a través del reflejo en el otro, en aquel a quien le abrimos, tímidamente al principio, la puerta por creer en aquellas palabras leídas en su blog, o en sus comentarios, y haberles encontrado, en algún punto, el alma.

Hace un par de días, en realidad por una inercia de un hecho similar de hace algunas semanas atrás, pero después del cual aún no podía juntar las palabras necesarias para expresarlo; y con intensidad variada pero en ambos encuentros con una tendencia que en ningún momento se resquebrajó en su camino ascendente, nos permitimos acercarnos entre personas que, de alguna manera, nos habíamos interpretado el alma. O al menos yo creí hacerlo. El feedback no puedo adivinarlo.

Yo, siempre fiel a la idea (propia, que no requiere en ningún caso obligación de ser compartida) de mantener el anonimato, reconociendo que este medio, más allá de hacerlo un poco nuestro, no deja de ser totalmente público y que cualquier usuario de, por decir un lugar cualquiera, Moscú ponéle, puede llegar a entrometerse en sus blogs, no daré datos de ustedes, pero ya saben, con total acierto, de quienes estoy hablando.
Vos, ya no con crédito extendido, sino con una abono de línea ganado por pura calidez sin ningún tipo de papel de seda que se requiera para atenuarla, con quien la mirada ya empieza reemplazar las palabras y el entendimiento.
Vos, con quién podemos decir que no nos habíamos conocido a través de los post particulares de cada uno, sino que fue necesario escuchar la cadencia de tus palabras, y maravillarme por el afecto transmitido hasta para relatar la predilección por un choripan.
Vos, que desde la primer receta que te leí, encontré intercalada entre las palabras una magia que me fascinó identificar, y una calidad de persona tanto emotiva como afectivamente maravillosa a pesar de la tempranez de los naturalmente limados apenas venti.
Vos, a quien la incertidumbre del primer encuentro cohibió a pesar del malbec – por vos requerido y a rajatablas respetado como señal de grata bienvenida- y a quien sólo como manifestación de estima limpia de malezas, procuré arropar del incipiente frío que intentó, sin lograrlo, congelar la fogata que, reitero, entre cuatro alimentamos no en cantidad, pero con leña de la buena.

Y aún me quedan deseos de conocer otras personas, que también saben quienes son, y a quienes también he tratado de interpretar, creo que consiguiéndolo en parte, el lugar desde donde les nacen las palabras.


(El piso no es el lugar para esto, o quizá sí. Le preguntaré al autor alguna noche de estas, pero posiblemente sea por la cercanía del onomástico –que ya está, ya pasó- pero en estas épocas las yemas de los dedos se colman de sentimiento, al que puedo llegar a enmudecer si se asoma en la garganta, pero soy incapaz de callar frente a un papel.)