20/5/21

Leído al pasar...

 "Entre las infinitas violencias en las que abreva la locura, él eligió para si mismo la más sutil e inexpugnable: el silencio"  A.B.


Me era imposible, luego de leer la frase en un libro -no cualquiera- dejarla pasar. Para que el olvido no la cubra con su manto de fina ceniza.  También la podría haber escrito en una hoja, un cuaderno u otro lugar. Pero no.

La escribo acá. Y que el devenir de los años obre de tal manera que permita que el olvido, si así lo desea,  la cubra con su manto de fina ceniza.



9/9/20

Con gusto a poco

Curioso. Cuando he estado en brazos de Venus, cuando me he sentido somnoliento por dormir entre nenúfares que serenaban mis días, no hube escrito nada transcendente. También transcurrieron largas épocas de mudez, que algún espíritu distraído puede confundir con silencio, y no. El silencio en mis días, mis años, significa otra cosa, otro pensar, sentir. Otro percibir. La mudez que refiero es la que originó el estado de corazón calmo, de enamoramiento en fin.

Esos tiempos no generaron ideas que, hoy, puedan llegar a denominar como interesantes para mi vida.

Si, los momentos fueron cálidos y de una falaz armonía, sí. Pero no alcanzaron para amainar el espíritu, y quizá eso es lo terrible, lo portentoso del concepto que me guardo para determinar que el amor es una amapola que adormece. Y posiblemente no es mucho más que eso. Una mentira que nos mantiene latentes, con ganas, expectantes, pero una vez arribados a esas tierras, notamos íntimamente – y nos rehusamos a admitir en público-  que nos contentamos con esos pocos instantes que nos guiaron por años hasta conseguirlo, y nos resultaron  que tenían gusto a poco.

Guarda el hilo que no se entromete entre estas palabras la soledad, que puebla desde hace tiempo pero por propia decisión, mis días. No. Y es justamente la soledad  la que abre el pensamiento. La soledad que crea, genera y funda un mejor entendimiento; no la otra, la dolida, la padecida por ausencias de otros seres o de ganas, la soledad sin sal ni color.  

Pero lo curioso con lo que empecé manifestando este corto relato, es que aquello que pesa, aquello que tiene contundencia, no se generó en el estado de feliz enamoramiento. Y no porque no hubiesen tenido, esos momentos, el peso necesario – estoy dudando si reemplazar la palabra “necesario” por “fundamental”-  para producir un ser, un individuo madurado hacia la más válida proyección de su ser. El amor es una convicción que no nos alcanza, pero que la enarbolamos para suplir nuestra falta de, justamente, convicciones.  Es más fácil –y menos doliente claro, aunque nos disfracemos de seres arruinados porque un amor  en el que creímos, nos engañó-  pasar sobre la arena dejando un simple rasguño como huella, y regocijarnos con tan poco, que hundir nuestros pasos entregando la sangre en ellos.

O hacer que nuestra vida sea eso: dejar la sangre en ellos.

 

26/8/20

El lenguaje es un virus, y ya lo dijo Burroughs

Porqué el silencio? Habiendo un mismo idioma, sin pasar por el tamiz de dialecto, jerga, lengua o léxico, puede también dar por resultado el desentendimiento. No es suficiente manejar el mismo lenguaje. No, no es suficiente.

Porque, al fin y al cabo, nunca, pero nunca vamos a recibir el rango de frases, o simples palabras, que sean las que deseamos oír. Aquellas que pueden curar. Nunca llegan, por más que el interlocutor se empeñe, no sabe armarlas.

Eternos incomunicados.

Por eso el silencio.

 

19/6/20

Ira


Intolerante. Eso define perfectamente un estado de ánimo.
Y tampoco es necesario apaciguarlo, reducirlo, domarlo de alguna manera. Me sienta bien ser intolerante.  Ya no tengo una edad en la que puedo disculpar alegremente una nimiedad para otros, porque ya no me queda mucho por vivir, mucho en relación a tiempo. En cuanto a intensidades aún son un infante.
No tolero la intromisión, el exabrupto sin sentido, la blasfemia solo por el regocijo de interponerla en un diálogo. El “perdón” siempre, siempre es tardío. Y vano. Es similar a la circunstancia inverosímil de ofrecerle solo una curita a quién se le ha descargado un cargador completo de un fusil, partiéndolo en dos o en cinco. Es un resarcimiento banal, cínico incluso. Se dice “perdón” con una facilidad demasiado vacía, demasiado nada. Es más sencillo decir “perdón” que ponerse en la actividad neuronal de la escucha, de la mirada, de la percepción del acontecer. Es más fácil que pensar, en definitiva.
Y no me agradan los holgazanes. Ya, a esta edad mía, donde no me queda mucho tiempo de continuar en ella, me puedo permitir hacérselos saber. No llegan a irritarme, solo me estorban en mi devenir.
Y las interrupciones son parte de ello. Es el respeto diluido en una urgencia falaz. Interrumpir una idea tratada de gestar en palabras, en hechos, es un insulto. Y el resarcimiento de ello, el “perdón” no es suficiente.
Odio al mundo, y a quienes el mundo ha bifurcado de su natural sentido en la convivencia.
Sépanlo. Y no pidan disculpas, porque ya será tarde.