25/5/08

Ocaso

De pronto hubo un gran silencio.
Había luz, sí que la había, pero el silencio rumiaba los gestos, lamía las miradas.

Absorbía todo lo mencionable.
Quedaron imágenes (ya dije que había luz), que centelleaban por momentos sin previo aviso. Fulgurantes sacudían por instantes, quedándose luego las retinas impávidas, con instantáneas venidas de quién sabe que rincón de la memoria.
Desde ese instante, el aire se tornó pesado, demasiado denso como para querer ingresar en el interior.
Y se respiro de a breves bocanadas, insuficientes, mendrugos de las que fueron sofocantes, forzadas por otra boca estirando hasta el infinito la capacidad recién adquirida.

Rogué a los cielos perder todos los demás sentidos. Ya no había razón para conservarlos.
Cada uno, quedando aún vibrante por el regocijo de las lluvias no vividas, de los soles testigos, de los acres sabores de cafés bebidos de otra boca junto con la risa, con los jugos sublimes creados.
Todo.
Como luego de un temblor, devastador e implacable, fue investido de silencio.