31/7/14

El límite de las palabras.


El amor. No, no el amor sino los enamorados. Sí, ellos, cuando se compenetran entre si, cuando dejaron de sorprenderse y empiezan a transitar el beneplácito del encuentro, cuando ya la piel no urge sino que empieza a degustarse, a saborearse en lentas oleadas de aroma del otro, allí crean un universo personal. Una nueva lengua, un idioma único, un dialecto inconcebible para el resto. Lo crean con significados propios, con retazos de frases, de palabras, de sonidos mascullados; y los vuelven a unir formando nuevas palabras, ya con un sentido, un valor distinto al habitual, al usado por el resto de los seres.  Se identifican en su nuevo mundo como los únicos seres que lo habitan. 
Explicar, dar a conocer este dialecto, las nuevas normas concebidas, los estrenados sonidos, es vano. Nadie puede aprender los conceptos insertos en el nuevo mundo, creado por los dos.  Ni siquiera pueden llegar a acercarse sin penetrar en la piel, las miradas brillantes, el roce minúsculo de las manos que causa escozor en la nuca de ambos. No, no se puede comprender. Por lo tanto no se puede describir, pertenece al sentido estrictamente secreto del sentimiento.
Las palabras son nocivas para el sentido secreto de las cosas; todo cambia ligeramente cuando lo expresamos, nos parece un poco deformado, un poco necio…
No se puede reducir un sentimiento a palabras. Ellas no traducen, sólo hacen mención, e incluso en ello, se quedan cortas.

7/5/14

Como si..



Así, como si fuera un chasquido pero sin “chas”. O sea sin ruido, como si el aire (o el éter como sostenían hace tiempo) se abriese para consumirlo como una medusa consume un bocado de alimento, de esa manera tan artera y sigilosa que puede pasar desapercibida si uno mismo no se percata que ha sucedido algo, algo que provoca una ausencia que antes no era tal, y uno solamente tomaba como natural el hecho que la presencia no tenía cuestionamientos, solo estaba ahí – o allá, pero estaba-. Así se disuelve algo –o alguien, pero me mantendré precavido mencionándolo aún como “algo”- del permanecer cotidiano, o al menos periódico, pero sólido, tangible, palpable y manoseable. Degustable y ostensible, para el caso, aunque también irritable pero sólo a veces – que eran las menos-.
Y como corresponde, no corresponde hacer preguntas, porque, lo sabemos, las palabras son un engendro de los impíos demonios destructores del alma. No es necesario ejercitar palabras cuando ya algo que hay dentro de cada ser comprendió con toda certeza cada vericueto de la cuestión, y ni siquiera pidió ayuda al idioma para categorizarlo, sólo lo vivió como era: degustable, palpable e irritable.
Qué maravilla no necesitar palabras entre seres que saben escuchar la majestuosa música de la ausencia de ellas.

27/3/14

Atrás, arriba y atrás.


La liturgia de unos anocheceres difíciles. Nada fuera de lo común, idas y venidas, no de esos “me vengo, me vengo..!” No, de los otros, de los quisiera que esto no sucediera pero sí, me sucede y justamente cuando menos preparado para que suceda, me sucede. De esos.

Volver en otra piel, o en la misma con algunas grietas (¿porqué todo tiene que ser más áspero que como era?). Como con una luz rebotando indecisa pero aún iluminando. ¿Porqué  decir “volver “ si nunca me fui?  Sólo me tomé un respiro, un tiempo sabático, unas vacaciones, un me hinché las pelotas y por un tiempo quiero rascarme la oreja izquierda con la mano derecha.

En fin, lo nuevo que encuentro es que no veo miradas que miren, sino que sólo están ahí, meramente estando. Y me descubro a mí mismo también con una mirada que no mira, hay otros órganos que registran más, los oídos, ponele. Pero la mirada esquiva, se distrae, descansa donde no hay tensiones. Ya no se sorprende de ver, no se dilatan las pupilas por la atención dispuesta al asombro, no.

Pero bueno, sería penoso no ver.