La liturgia de unos anocheceres difíciles. Nada fuera de lo
común, idas y venidas, no de esos “me vengo, me vengo..!” No, de los otros, de
los quisiera que esto no sucediera pero sí, me sucede y justamente cuando menos
preparado para que suceda, me sucede. De esos.
Volver en otra piel, o en la misma con algunas grietas
(¿porqué todo tiene que ser más áspero que como era?). Como con una luz
rebotando indecisa pero aún iluminando. ¿Porqué decir “volver “ si nunca me fui? Sólo me tomé un respiro, un tiempo sabático,
unas vacaciones, un me hinché las pelotas y por un tiempo quiero rascarme la
oreja izquierda con la mano derecha.
En fin, lo nuevo que encuentro es que no veo miradas que
miren, sino que sólo están ahí, meramente estando. Y me descubro a mí mismo también
con una mirada que no mira, hay otros órganos que registran más, los oídos, ponele.
Pero la mirada esquiva, se distrae, descansa donde no hay tensiones. Ya no se
sorprende de ver, no se dilatan las pupilas por la atención dispuesta al
asombro, no.
Pero bueno, sería penoso no ver.