22/7/09

Palermo confuso

Cuando conocí a M, ese mismo día me dijo de ir, luego del trabajo, a caminar por Palermo. No era ni verano ni invierno, quizá un noviembre plácido, quizá un abril apaciguado.
Nos encontramos en alguna esquina, ya ni recuerdo donde, y caminamos hasta nuestro destino. Justamente, nuestro destino.
No sé como llegamos hasta un banco solitario, debajo casi de un farol también solitario.
Conversamos horas, las precisas y necesarias para entibiar las palabras, domar las risas, aquietar los nervios, solidificar el deseo. Un deseo que no se saciaba sólo en deseo urgente, existía una somera visualización de algo, una presunción de profundidad de contenido.

Nunca me habían apurado de esa manera. Una compañera de trabajo que sintió la onda y no necesitó pensarlo un par de días. Era ahí y en esa misma tarde.

Ese banco del parque fue testigo de mucho, quizá de lo más importante: del acuerdo.
Ya de noche nos levantamos para dirigirnos a su casa, apenas a unas cuadras.
Y a sólo unos pasos de levantarnos quise retratar la imagen de ese banco y su farol, tan especiales, tan indeclarables que jamás los volví a encontrar por más que he recorrido Palermo en muchísimas ocasiones. Nunca pude saber a que banco me llevó M en su propuesta.

Fuimos a su departamento, que tampoco olvido, y la noche giró en torno de nuestros susurros.
Y su risa.
Y la piel.
Y las horas, eternas, antes del amanecer.
...
Imposible separar en el recuerdo el sabor de su humedad, y ese banco y su farol en un Palermo confuso.

3 comentarios:

Adriana dijo...

Son hermosas las fotografias que quedan en nuestra memoria
Besos

Carlos Paredes Leví dijo...

El banco fue una pieza que el azar utlizó para cumplimentar la historia prevista. De ahí su naturaleza efímera, y casi onírica, que hoy sólo sobrevive en el recuerdo y una zona privilegiada de su memoria.

Algunas experiencias que tuve me hicieron pensar si la realidad y lo ficticio a veces no se solapan, permitiéndonos, por unos instantes (hasta que vuelven a acomodarse y retornan a sus posiciones habituales)vivir acontecimientos que se tambalean ante la lógica y la comprensión y que nos empapan de una metafísica tan palpable como la que sentimos tras visitar un cementerio.

Un saludo.

Cirulaxio dijo...

Adriana: la mayoría de las fotografías son hermosas, aún las horrendas que también guardan una inconfesable belleza. Claro, las de la memoría digo.
Gracias.

Carlos: Ud tiene razón, me ha sucedido varias veces el hecho de vivir sucesos de manera casi onírica. Sucesos gratos y casi siempre vinculados a una figura femenina, por suerte. He conocido bares a los que nunca pude volver a encontrar, calles, departamentos, pequeños giros de los acontecimientos que, sin pretenderlo concientemente, nunca se han repetido, ni siquiera acercándose someramente a los originales.
Visitar cementerios es un postergada pero siempre bienvenida costumbre, manía solapada diría.
Un abrazo.