5/3/09

1990..

Miro los cuadros, apoyados en el piso. Estúpidos orgullos de viejas fotografías cuya autoría me niego a declarar, pero que íntimamente, casi subrepticiamente dejo declarada. Por eso el derecho de hacer con ellas lo que se me antoje: no permitirles mayor presencia que la de estar ahí, acompañando desde el lugar en el que puedan guardar su intensidad.
Recuerdo pasados tan lejanos, tan someros y tan frágiles como la sombra que he dejando sobre baldosas que apenas recuerdo, sobre arenas que ni siquiera olvido, sobre amaneceres que nunca pude ver.

Aquella mañana amanecí antes que saliera el sol. Ella hizo sonar el timbre que, prescindiendo de celulares, yo sabía que sonaría aproximadamente en ese momento.
Su cara de sueño apenas conciliado, apenas devenido, pugnaba por competir con el mío, infinitamente efímero por la visita de la otra ella, la que tímidamente había intentado justificar su viaje desde España hacía apenas algunos días para recrear aquel no tan lejano amanecer. Una araña de Nazca sobre mi alfombra.

El sopor del amanecer sobre costanera.
El sabor de saberla alejarse para siempre.
Y tan vacío que quedó el hueco de cada mano.
De ambas.

(manos..)