30/7/07

doce palabras

Amanecía.
Allá, en el fondo de la avenida, muda como siempre a esta hora, el sol se desperezaba con esa manía suya de levantarse con los pelos de punta.
Yo ya hacía varias cuadras que había salido de su departamento.
Ella, seguro todavía no había despertado y, cuando crucé la puerta tratando de mantener el mismo sigilo que nos acompañó hasta hace unos minutos, supe que no la volvería a ver jamás.
Mi camisa todavía mantenía su perfume, ese aroma tan selecto y único de cada mujer. Olor que queda guardado por años en los sentidos, y que uno sabe no se encontrará en otro cuerpo.
La había conocido ayer por la tarde, hacía ya mucho tiempo; y no había imaginado que la noche ,debajo de ella, sería infinita.
¿Porqué, después de hablar doce palabras, me dijo de ir a su casa? No lo sé, y quizá hubiese querido saberlo. Pero una vez allí, mientras me miraba firme y fijo a los ojos, y se quitaba el jean postergando cada movimiento, entendí que, más que aquellas doce palabras, no iba a haber.

Ahora yo caminaba procurando rescatar de las veredas el color de su piel, que permaneció húmeda, adherida a la mía mientras su pelo me enturbiaba la vista.
Sus labios me asfixiaron y se adelantaron a mis deseos. Lentamente se fue posando encima y, casi no necesitaba moverse para estallar en tormenta.
Sus espasmos eran sigilosos y bellos, y creo, algún momento, haber sentido caer alguna gota de sus ojos, o su boca sobre mi pecho, mientras, con temblores bruscos de su vientre, se estiraba hacia atrás en un gemido largo e inaudible.
Sus dedos, que revoloteaban para rozarme los ojos, el rostro, el cuello, para clavarse en mis hombros, no pudieron detenerse mientras dibujaban figuras imposibles, y palpitaban al ritmo de su interior conmovido y frenético.

Nos quedamos en silencio, mirando el techo. Y cuando me incorporé, supe que no era necesario despedirme. Ni saber su nombre. Ni mirar hacia atrás para saberla tendida en la cama con los ojos entrecerrados, imaginando mundos.


La avenida, ya amanecida, continuaba en silencio.

27/7/07

estreno

Fue el día de mi cumpleaños.
Me había citado temprano en un barcito simulado en un lavadero de autos.
No había hecho falta la aclaración -vos esperame- que siempre, por prevención me hacía. Esperarla sin urgencia era parte de mi comprensión de su religión femenina.
Llegó y no dijo palabra, sólo un cálido y demorado beso.
Un café? No, hoy no quiero desayunar con vos. Vamos.
Yo había aprendido a no hacer preguntas, de esas preguntas estúpidas que se dicen cuando no hay nada para decir. Seguí sus mandatos.
Me dejé guiar por sus pasos, ni siquiera podíamos tomar nuestras manos. Hablamos pavadas, cosas leves y alegres en voz apenas audible.
Cruzamos la plaza por la calle del costado, estaba deshabitada a esa hora. Casi al llegar, ya la vista del lugar, murmuró. Es muy apartado, sé que vos no tenés necesidad de complicar estos momentos, pero lo sabés: soy mamá, y algo más.
La miré haciéndole entender que no eran necesarias las explicaciones, la había comprendido desde el momento de conocerla. Y la había aceptado. –cómo no hacerlo, cómo no resignarme al cadalso que mereciere con tal de..?
Entrar a esos lugares siempre produce un cierto escozor, más cuando instintivamente se mira alrededor para comprobar, cerciorase de la presencia de una mirada, una mueca conocida.
Hice el trámite del conserje rápido, no me des vueltas chabón, dame lo que pido, nro de habitación y listo, te pago ahora, te pago después, no importa. No me demores a las 9 de la mañana.
Por suerte, los pasillos estaban desolados. Yo padecía su intranquilidad, no quería ser espectador de su actuación, quería estar dentro de ella. Ser el motivo.
Dentro del cuarto, cuando se cierra la puerta y listo, ya no existe mundo. Sonrió.
No nos apuramos, demoramos el tiempo. Nos gustaba descubrirnos lentamente, estirando cada segundo en que un nuevo pliegue de piel asomaba. Y nos paladeábamos, nos embriagábamos a cada centímetro descubierto.

La última media hora, la dedicó a darme los regalos que había preparado durante la semana.

Recién a la noche, cuando llegué a mi casa, volví a abrirlos. No me apresuré a quitarles el papel que los cubría, aún conservaba mi piel impregnada de su aroma, no necesitaba recordarla.
La tenía en mí, y me acompañó hasta terminar ese día. Y me despertó a la mañana siguiente.

Del día de mi cumpleaños.

23/7/07

vigilia

Se apoyó en la baranda del balcón y miró la madrugada. No estaba a una altura significativa como para ver la ciudad pero, aún así, imaginó los edificios dormidos. Los hombres y mujeres dormidos. Los perros, canarios y felpudos dormidos. Las radios y las tostadoras. Los jabones y los fósforos. Los anteojos, las hojas de papel y las tazas dormidas.
Seguramente ella -su piel- estaría brillando contra algún reflejo de la penumbra, otorgando tonos azules y oscuros a su cuerpo delgado y firme tendido entre sábanas agitadas. Y sus ojos no estarían cerrados como el resto de la ciudad; sino que su retina estaría dibujando siluetas infantiles en el techo de su cuarto.
Él, desde su balcón, trataba de recordarla creando, dibujando su imagen sobre el empedrado áspero, y así poder guardarla con aquella figura adolescente -sus piernas desnudas abrazando su cintura-.
Sabía que ella no dormía. Porque dormir implicaría despertarse; y eso -despertar- sería el final del encuentro.
Aún permanecía mareado por el aroma de su pelo. Aún lo sentía lastimar su piel, herida con agujas sutiles. Y las leves palabras, casi lamentos que inundaron su oído durante minutos extensos, horas fugaces, siglos imposibles.
Se esforzó por aislar en su memoria la sensación de pacífica, tibia humedad que registró en el momento en que, lentamente, se instalaba en su interior. Y su quietud –ella-, que procuraba no alcanzar nunca el estallido final, para tratar de mantenerlo dentro de si para siempre.
Y las convulsiones. Y el grito ahogado al verterse uno en el otro.

La madrugada no sentía mas deseos de prolongarse en su recorrida. Las nubes se tiznaron de naranja, y ahí, a su lado en el balcón, un pájaro gorjeó al nuevo día que envolvía en pasado todo lo anterior.
Aún así, no quiso dormirse.
Para no despertar jamás.

21/7/07

huida

La avenida húmeda de rocío recibió sus pasos.
Ella caminó sin prisa, trastabillando algo quizá.
No quiso amanecer en esa almohada ajena, impregnada de sudores inútiles

Encendió un cigarrillo para borrar de su boca
de su lengua, excomulgar de su interior
el sabor de un amor rancio.

Esa no era su noche.

18/7/07

estarán invitados..



Sólo traigan una botella,
apreten el último botón del ascensor
y dejen los zapatos afuera...