Fue el día de mi cumpleaños.
Me había citado temprano en un barcito simulado en un lavadero de autos.
No había hecho falta la aclaración -vos esperame- que siempre, por prevención me hacía. Esperarla sin urgencia era parte de mi comprensión de su religión femenina.
Llegó y no dijo palabra, sólo un cálido y demorado beso.
Un café? No, hoy no quiero desayunar con vos. Vamos.
Yo había aprendido a no hacer preguntas, de esas preguntas estúpidas que se dicen cuando no hay nada para decir. Seguí sus mandatos.
Me dejé guiar por sus pasos, ni siquiera podíamos tomar nuestras manos. Hablamos pavadas, cosas leves y alegres en voz apenas audible.
Cruzamos la plaza por la calle del costado, estaba deshabitada a esa hora. Casi al llegar, ya la vista del lugar, murmuró. Es muy apartado, sé que vos no tenés necesidad de complicar estos momentos, pero lo sabés: soy mamá, y algo más.
La miré haciéndole entender que no eran necesarias las explicaciones, la había comprendido desde el momento de conocerla. Y la había aceptado. –cómo no hacerlo, cómo no resignarme al cadalso que mereciere con tal de..?
Entrar a esos lugares siempre produce un cierto escozor, más cuando instintivamente se mira alrededor para comprobar, cerciorase de la presencia de una mirada, una mueca conocida.
Hice el trámite del conserje rápido, no me des vueltas chabón, dame lo que pido, nro de habitación y listo, te pago ahora, te pago después, no importa. No me demores a las 9 de la mañana.
Por suerte, los pasillos estaban desolados. Yo padecía su intranquilidad, no quería ser espectador de su actuación, quería estar dentro de ella. Ser el motivo.
Dentro del cuarto, cuando se cierra la puerta y listo, ya no existe mundo. Sonrió.
No nos apuramos, demoramos el tiempo. Nos gustaba descubrirnos lentamente, estirando cada segundo en que un nuevo pliegue de piel asomaba. Y nos paladeábamos, nos embriagábamos a cada centímetro descubierto.
La última media hora, la dedicó a darme los regalos que había preparado durante la semana.
Recién a la noche, cuando llegué a mi casa, volví a abrirlos. No me apresuré a quitarles el papel que los cubría, aún conservaba mi piel impregnada de su aroma, no necesitaba recordarla.
La tenía en mí, y me acompañó hasta terminar ese día. Y me despertó a la mañana siguiente.
Del día de mi cumpleaños.
27/7/07
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6 comentarios:
Que divino relato Sr. Ciru. Me morí de amor por esa historia, que espero no este terminada ; )
Empezar el cumpleaños asi, ciertamente vale la pena.
Que complicado se hace desprenderse de ese olor sin saber cuando mas volvera a estar mezclado con nuestro propio olor no?
ciru, le deje un regalito en mi blog, sirvase pasar a buscarlo!
Beso
Wow, qué lindo empezar un cumpleaños de ese modo.
Bueno, acá estoy en su nuevo o su otro blog que no conocía. Tarde un poquito pero apenas tuve tiempo, por supuesto que vine.
Me gustó la actitud de ella y cómo usted la siguió. De eso se trata.
Ojalá sea fructífero todo eso.
Un beso
Lucy.-
No pude evitar esbozar una sonrisa para mi, y meterme en esa piel, y sentir ese aroma tan placenteramente exquisito que nos dejan esos momentos (le juro que se me erizó la piel)
Momentos que se dan porque se sienten, no porque se deban, y se disfrutan en cada uno de los mas minimos detalles.
Besos y gracias por el momento.
Rosh: Las historias siempre terminan, son un momento. Así aún no hallan comenzado, serán fugaces.
Swimm: Lo complicado es no comprender que son una historia: Y no una sin fín.
(He visto su invitación. Gracias)
L.S.D: Todo lo vivido es fructífero, aún aquello con sabor agridulce.
Pol: Esa es la idea: instantes, matices, fuegos que duran una noche. Momentos.
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