22/8/07

reencuentro

Cada tarde el sol se reclinaba en su pelo. De ahí que quedara con tal color que ni el tiempo pudo alterar su naranja pálido.

Reencontrarla mucho tiempo después, cuando yo ya era otro, me hizo caer en la cuenta de que nunca la había olvidado.
El primer beso adolescente robado a una boca que hasta ese instante era virgen, dejó un estímulo particular en alguna neurona de mi cabeza, y se quedó ahí sin desaparecer jamás.
La piel era conocida, el aroma de la piel era conocido y sin embargo, a pesar de cubrirme con tantas pieles a lo largo de la vida, esa, la conocida, permaneció guardada en el lugar que menos lo imaginaba: en los labios.

Aquella noche, no recuerdo si aguardó a que todos los invitados que estaban en su casa se fueran o qué, pero la cuestión es que me vi rodeado de una situación que, no sabía, había olvidado de imaginar desde hacía varios años, quizá demasiados.
Hubiese querido que el tiempo no pasara tan rápido esa noche, porque fue aletargado, tranquilo, pero voraz. Casi no había espacio para pensar.

Verla cerrar la puerta y darse vuelta con una sonrisa que pretendía hacer perder la conciencia, fue un golpe en el plexo. Al instante sentí que sus brazos, a los que traté de reconocer sin tiempo, me acercaban suavemente a su cuerpo que comenzaba a emanar aquel perfume, aquel aroma conocido desconocido. Sus ojos no se cerraron cuando apoyo sus labios con la delicadeza aguda que caracterizaba todos sus movimientos, contra los míos.
Yo sentía que el aire quemaba, me atoraba la garganta y llenaba los pulmones de una manera densa y pesada.
No me di cuenta en que momento cayó su vestido, sedoso y breve, pero continuamos parados, solo tocándonos con los labios. Y mi mano dibujando formas desconocidas en el aire de su espalda, y los ojos abiertos durante un tiempo eterno en el momento y fugaz en el recuerdo.

Noté una lágrima que corría por su rostro en el momento en que ingresaba en ella.

Tardé un par de días en notar la marca de sus dedos en mi espalda.

Tardé un par de vidas en borrarlas.

16/8/07

Menage

La luna se incrustó con un estallido sordo contra el cielo frío de un Julio atroz.
Yo había dejado olvidada una mujer en una cama improbable de Enero.
No pudo ser a pesar de su timidez y mis ganas. O viceversa.
Nunca le perdoné a aquella mujer que acudiera en oleadas de aroma mientras te acariciaba.
Su piel estaba viva en la punta de mis dedos, y se asomaba de vez en cuando al rozar tu vientre.
No te nombré, no podía. Ella se posó en mi espalda y me susurró que vos no estabas.

Y quise lamerte lamiéndola. Y quise acariciarla acariciándote.

Esta noche gira entre los tres, y ninguno esta completo, ni yo mismo.
Su pelo frota mi cuerpo mientras tu boca besa mi piel tensa, y tus manos multiplican deseos mientras sus dedos ahogan mis palabras.
Mi lengua se humedece en su licor y te rechaza. Y desespero por poblarte, y por poblarla.
Su perfume quedó en tu cuello y mis ojos no quieren verte.
Sus gemidos entran por la ventana en banderas de viento, y no te escucho.
Y te suplico, te exijo que no oigas ... o no hables.
Y no le perdono no estar aquí.
Y nunca estuvo.
Con los dientes apretados me disuelvo dentro tuyo y me quiebro en mil pedazos.

Esta noche atroz de Julio no es Julio, ni sos vos.
Solo es de noche. Y eso es demasiado.

13/8/07

pacto

Si bien estábamos al tanto de nuestros teléfonos y direcciones, ya hacía algunos años que acordamos no estar en contacto.
Fue un acuerdo mutuo, sin quedar ninguno con alguna palabra guardada en el paladar.
Únicamente nos llamaríamos cuando fuese insoportable lo demás, cuando el mundo se hubiera ensañado con alguno. Cuando ya estimáramos que cualquier amanecer, hasta los venideros, se encontrarían desgajados de todos, hasta del más ínfimo color que pudieran contener.
Cuando ya no se hallaran porqués dentro de ningún tarro de la alacena.

Mientras marcaba su número noté el temblor de las manos. Su voz se escuchaba limpia, quizá algo agitada, pero transparente ya desde la primer palabra.
Tragué saliva y un hola apenas audible brotó de mi garganta.
Quedó en silencio, tratando de escuchar más.
Ya no puedo.- Esbocé.
Pensó un momento. Pasado mañana a las tres, tendré todo el fin de semana. Vení.-

No me importó lo inaudito del horario, ninguno hacíamos proyecciones sobre la vida del otro. De hecho ignorábamos cualquier detalle, aún si su hijo había crecido mucho, si su esposo había conseguido aquel contrato en San Luis, si yo había perdido algún familiar o si nuestros nudillos ya se habían gastado de raspar el asfalto. Todo.
No había preguntas, no las necesitábamos.
Nos habíamos mirado mutuamente a trasluz hacía como 15 años atrás. Y fue tanto, tanto, que supimos que pretender la vida juntos sería nefasto. Inevitablemente el tiempo nos enmohecería, nos extirparía la intensidad. Y no podíamos permitirle eso al sentimiento acuñado e inaugurado. Gestado y concebido por cada uno dentro del otro.
Cuando abrió la puerta de su departamento, mi mirada fría rebotó contra sus ojos amables.
Con ella no podía fingir. Cada uno podía hacer de sus días lo que fuere. Pero juntos, cuando lo necesitáramos, cuando estuviera alguno a centímetros de darse por vencido, fingir no era una alternativa.
Me besó apoyando apenas su boca, un beso ligeramente húmedo e inmóvil se estiró mientras sus manos alzaban mis brazos guiándolos hacia su cintura.
Las luces de su casa estaban apagadas, sólo la lámpara del rincón iluminaba, más con penumbras que con luz directa. Nos quedamos parados en el living, deslizando la punta de los dedos por ese rostro tan conocido, por su cuello interminable, por mis párpados ciegos.
Traté de excusarme, de encontrar palabras para mi asfixia.
No te perdonaría jamás que no me llames. Jamás-. Interrumpió luego de un momento, mirándome fijo.
Se alejó en la penumbra, y mientras comenzaba a sonar Mahler sentí su mano conduciéndome hasta el dormitorio.
.
Cuando me cobijó contra su piel, luego que sus uñas dejaran medialunas rojas en mi espalda, y sus hombros recibieran benévolos la huella de mis dientes, nos quedamos abrazados respirando nuestra agitación.
La noche iluminó de celeste tímido su negro lejísimo. Nuestros ojos, cansados y secos, se encontraron al amanecer con el nuevo color.

6/8/07

horas extras

Esa noche empezó como una más. Como tantas noches en que los pasillos de la empresa guardan ecos de la jornada, y alguna madera del piso desvencijado y lustroso deja escapar algún crujido, haciendo saber de sus quejas de tantos pasos que recibe a diario.
De vez en cuando me asomo a alguna ventana que quedó abierta, para respirar la noche en su aroma de acero cortante, y mirar un cielo despejado y una luna lejana, pálida, muda.
Como tantas noches, estoy solo en el desolado edificio, y mis tiempos se dividen entre tomar café, caminar hacia alguna oficina vecina y refregarme los ojos enturbiados por el monitor.
Ya hace tres horas que estoy aquí, solo, con la poca luz de una lámpara, casi sin emitir sonidos.
No escuché sus pasos.
Cuando me habló desde la puerta, a mi espalda, no me sobresalté, sino mire con extrañeza un sonido fuera de lugar en la madrugada, en mi madrugada que transcurría solamente acompañado por los sonidos de una radio.
Me di vuelta. Sus lentes –ese atrapante celeste incierto- reflejaban la tenue luz de mi escritorio. Su pollera ajustada y su camisa clara y desordenada declaraban que su día de trabajo se había hecho más largo que de costumbre.
Sus pies descalzos en el piso de madera me hicieron comprender su sigilo.
-No te conozco- escuché.
-Yo tampoco- respondí con tono de defender mi noche, y aclarar que si había un intruso, yo no lo era.
-Estoy buscando un poco de café- dijo entrando y mirando en derredor de mi oficina sin timidez.
Bajé la radio y me estiré hacia la jarra. Llené hasta el medio la sedienta taza turquesa que me extendía.
Se sentó. Su pelo negro, desbaratado después de un día completo de trabajo, se apoyo suave en sus hombros.
Hablamos de la madrugada -y no del trabajo-, del edificio vacío, de la ciudad dormida allá afuera. De la noche.

Sus ojos, cansados, brillaban con el reflejo del monitor. Con poca luz, intuyendo más que viéndo claramente, estiró sus dedos hacia el paquete de cigarrillos que yo había dejado sobre el escritorio.
Mientras lo encendía, su pie desnudo acariciaba la tibia madera del piso.
Cuando acercó su cuello, su cuerpo hacia mí, tratando de alcanzar el cenicero en la otra punta del escritorio, demoró el movimiento. Con un leve soplo, aparté el mechón que cubría su nuca. Su piel se estremeció mientras un sonido sin vocales brotaba de su garganta. Giré su rostro mientras sus labios dibujaban una leve, sutil entrada.
Mordí. Su boca, que exhalaba aire caliente y húmedo, sabía a café y tabaco.
Sus ojos me miraron grandes, con atención, sin sorpresa.
Desabroché su camisa sin premura y su corpiño blanco apenas pudo mantener la urgencia de su interior.
Cuando la recosté, lento y suave sosteniendo su nuca, sobre el escritorio, sus piernas se desbarataron haciendo caer papeles, teclado, portalápices. E incluso una taza turquesa medio vacía.

El piso de madera crujió debajo, pero no por huellas del día.
...