He leído hace unos días, de manera cierta no sabría decir
cuándo ya que estos confinamientos al que nos hemos encaminado hacen difícil discernir
entre un día y otro, que estos tiempos, no los de epidemias que azotan por
varios costados sino tiempos actuales de hace unos años a esta parte, son
tiempos de rapidez, aceleración. Tiempos donde se intenta tener satisfacciones
inmediatas, de lo que fuere. Comidas, series, noticias, medidas políticas,
viajes, guerras incluso, amores también porqué no.
Esto mismo, leía, nos hace descreer; ni siquiera la fe se exime de ser requerida a
que actué con más rapidez en la multiplicación de panes y peces. Es como si fuéramos al cine –que ya no vamos,
tampoco- y nos levantáramos de la butaca y saliéramos luego de transcurridos
tres cuartos de la película: no necesitamos un final, sino una trama que nos
alimente por un rato. No buscamos un mensaje, una abstracción que nos acompañe por el resto de la semana.
La inmediatez nos dejó desprovistos de una de las últimas
formas que tenía nuestra alma para permitirnos sentir cosas intangibles, el
viento entre los dedos, el olor de mar, el segundo de una sonrisa imperceptible pero certera.
Ya no somos románticos. Se ha diluido en un tiempo donde lo
sensacional, lo magnifico acapara toda la atención.
Solo hay ojos con pena y vacío. Y serán abundantes.
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