“Hay días que me despierto con un ánimo, cómo diría, un estado mental
para ser más certero, cercano a vos. Me despierto cercano a M.
Al mismo tiempo tiendo a callar esos momentos, a guardarlos sin siquiera
hacer mención, porque es algo bastante personal, y no porque sea prohibido o
censurable, sino porque los humanos nunca, nunca estamos en una sintonía tal,
que una persona escuche el eco verdadero de las palabras de otra…” escribía hace
algunas semanas en un correo (qué cosa! hemos dejado de enviar cartas, para bautizar a los mensajes como correos, mails u
otras formas espurias, que le quitaron a las cartas la poesía del papel escrito,
estampillado y enviado en el viento hacia otro ser) a una amiga. Quizá a ella
pudiera ser a la única a la que le podría mandar una carta, papel escrito,
firmado, doblado en dos o en tres, metido en un sobre también de papel, timbrado,
y largado a la buena de dios para que al cabo de algunos días ella lo reciba, y
se regocije de ello, no importa qué palabras encuentre escritas. El primer
efecto sería el regocijo.
Pero haberle enviado ese contenido en una carta, algo que no sería
entregado y casi leído de manera inmediata, le hubiese tergiversado el efecto.
Porque soñé con ella. O no con ella, sino con alguien que pude asociar a ella
como el rostro o con movimientos semejantes a los suyos.
Hubiese deseado que se emocionara, aún sin decírmelo. Que se inquietara
de manera cálida, que hubiese deseado verme, o abrazarme. No, con ella no nos
abrazamos, el contacto corporal se mantiene a raya, aunque yo lo deseara.
“…porque los humanos nunca, nunca estamos en una sintonía tal, que una
persona escuche el eco verdadero de las palabras de otra…” quedó como corolario
del correo enviado, luego de leer el mensaje de respuesta que, obviamente, me
hizo llegar.
Días después, varios, leo que el Sr Borges escribió -o transcribió,
mejor dicho- “cosa vana son la adivinación, los agüeros y los sueños; lo que
esperas, eso es lo que sueñas.”
Claro.
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