26/7/18

Madrugadas entre peces


Las distancias crean perspectiva, no es novedad. La cosa es que con la perspectiva se visualizan imágenes diferentes a las habituales, como una fata morgana  en una ruta durante la siesta de verano. Pero el atractivo de tales imágenes, incluso pueden llegar a desvirtuar aquellas escenas que sí, la realidad nos estampó como fotograma impoluto en la memoria.
Varias veces la recuerdo, no digo que la pienso, sólo la recuerdo a partir de alguna impresión visual, aromática, degustativa o táctil que se cruza en algún momento de cualquier jornada sin más intención que salir a flote como aquellos sargazos que se asoman a recibir un rato las bendiciones del sol, para luego volver a hundirse en las profundidades de cualquier mar.
Muy rara vez, pero se cruza.
Quizá lo más reincidente, el recuerdo más reincidente, sean los besos.
Grandes, nutritivos, amables. Generosos, largos a veces, nunca furtivos sino certeros. Leales sobre todo. Leales. De la categoria de besos que no necesitan juramentos. De esa clase que uno desearía poder mantener para siempre su perfume en los labios, en toda la boca, en el esófago y dejarse inundar toda la anatomía por ese, sutil a veces, contacto de los labios, de los ojos que piden y dan, de una mano que rodea el cuello con suavidad y acaricia gentilmente como el roce de un paño leve y liviano durante un sueño.
Esos besos, sobre sábanas color salmón, quizá sea lo más perdurable en las estanterías de mis recuerdos, que como el polvo que los años van depositando de manera casi invisible, se empeña en mantener el terreno conquistado dejando, orgulloso y tenaz, su impronta.
De lo demás..? no podría mencionar nada, porque la razón, admirablemente, en aquellos momentos se marchaba a caminar sobre los adoquines de una ciudad impura.

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